Al leer este articulo político escrito por el periodista Jorge Elorza, que nos permite mediante su lectura una revisión histórica sobre las políticas implementadas y las que serian necesario implementar para potenciar el crecimiento Argentino; decidimos, en lugar de publicarlo en uno de nuestros periódicos Digitales y que a los pocos días perdiera vigencia, publicarla en nuestro espacio de recopilación de material histórico, por eso forma parte de "Aportes y visiones de nuestra historia"
FALENCIAS
Los candidatos oficialistas muestran otras falencias respecto de los opositores: solo se refieren a lo hecho pero nada dicen sobre el futuro, que es lo deseable para los ciudadanos. Los adversarios se limitan a negar lo hecho –parte de sus diputados no votaron leyes progresistas, lo hicieron en contra o se retiraron de los recintos, hay una estadística- y el futuro no es abordado.
La excepción es marcada por la Presidenta quien en su último discurso anunció la profundización de las políticas.
Cuando el ex Grupo A tuvo mayoría en Diputados después de las elecciones del 2009, no presentó un solo proyecto de ley y negó uno fundamental: por los votos del conglomerado rechazó el proyecto de Presupuesto Nacional sin proponer un alternativo, obligando al Poder Ejecutivo a administrar mediante decretos. No hay antecedentes en la historia argentina que se le haya negado a un Poder Ejecutivo gobernar mediante esa ley fundamental.
¿De qué respeto institucional hablan los candidatos opositores en estos días? ¿Cuál es su sentido del diálogo que proponen? ¿Cómo explican los legisladores procedentes del agro que no propusieran iniciativas después de la movilización contra la Resolución 125, que debilitó al gobierno? Los medios de comunicación que los apoyaron: El Cronista (del diputado De Narávez), La Nación, Clarín y toda su línea de canales, Ámbito Financiero, le reprochaban su pasividad siendo que le dieron su total respaldo comunicativo.
Y el gobierno reaccionó, no obstante su minoría si los opositores votaban en comandita. Pero hubo proyectos de leyes (estatización de las AFJP, Asignaciones por Hijo y otras) a las que no pudieron negar, como la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, cuya anterior debilitó a ese organismo básico de las políticas financiera monetaria, frente a la banca privada local y extranjera. No obstante, hubo legisladores que votaron en contra y algunos –hoy candidatos- se hacen los nacionalistas.
La característica de candidatos oficialistas es la tendencia a la adoración al jefe máximo del movimiento peronista, excluyendo informaciones programáticas. Lo hicieron con Perón, con Kirchner y ahora con la Presidenta. Ese personalismo es un comportamiento habitual de las tendencias populares; sucedió con el yrigoyenismo. Pero la psicología social es otra, más exigente.
Es innegable que el Estado argentino recuperó su poder de decisión en los diez años pasados, después del neoliberalismo extremo, que no solo lo “desnacionalizó”, sino que sucumbió en 2001. Y lo curioso fue que las bases operativas de aquella política fueron los dos grandes movimientos políticos de origen popular: radicales y peronistas. Una parte del peronismo ha hecho su autocrítica, que hoy gestiona el gobierno. Lo que resta del radicalismo, parece no reaccionar.
Se ignora la historia, no se la comprende o se la acepta en la línea de pensamiento que traslada mecánicamente el viejo liberalismo que impulsó la formación capitalista en Occidente y buscó aplicarlo en los países conquistados mediante la violencia. Su claro objetivo fue apropiarse de sus materias primas para incorporarlas a los bienes terminados que elaboraba y elabora en sus centros de producción metropolitanos.
La división que se planteó entre Buenos Aires y el interior a partir de 1810, tuvo origen en aquellas políticas generadas por los centros, especialmente Gran Bretaña que influyó en la política y economía argentinas casi un siglo. Nuestro país fue un apéndice de la Inglaterra imperialista, aceptada por las clases dominantes, quienes interpretaron que era el sistema para ingresar al capitalismo y se enriquecieron con sus ventas al imperio. Gran parte del interior tuvo otra interpretación: se ingresaría al capitalismo mediante las producciones locales, como tejidos, vacunos, minería, siguiendo el caso del Paraguay. Pero Buenos Aires administraba la aduana, terminante para la capitalización. También controlaba la formación educativa y cultural. Paraguay era un ejemplo un mal ejemplo para la oligarquía porteña que diagramó la Guerra de la Triple Alianza, con Uruguay y Brasil, cuyo triunfo retrotrajo a los paraguayos treinta años.
El revisionismo histórico, iniciado por Saldías, critica la subordinación de Buenos Aires al imperialismo inglés, antes y después de la Organización Nacional.
El pensamiento liberal, al contrario, sostenía esa relación interpretando que era la única manera de ir ingresando al capitalismo.
Estos opuestos desplegaron las guerras internas, paralizadas en el período de diecisiete años por la dictadura de Juan Manuel de Rosas, que pudo combinar, contradictoriamente, su buena relación con los ingleses y algunos principios nacionalistas. Rosas, como se sabe, fue un terrateniente saladerista e incluso adelantado en espantar a los originarios hacia el sur, pero evitó, cuando pudo, reprimirlos y esclavizarlos como hicieron Roca y la oligarquía porteña.
Surge el imperialismo
Ya en proceso la Organización Nacional con la derrota de Rosas en Caseros y su refugio en su amiga Inglaterra, los terratenientes se convierten en oligarquía y la Argentina comienza ingresar al capitalismo por la puerta de atrás: proveedor de trigo y carnes y comprador de maquinarias. Los desniveles de ese intercambio mantenían en rojo las cuentas públicas, pero los productores incrementan sus riquezas en proporción a las pérdidas del Estado. Los pobres son resultado de los ricos, en general.
Pero la clase dominante había elegido: el positivismo era la versión del liberalismo –librecambio en economía- y su condición de subcapitalista. Juan Bautista Alberdi había advertido sobre esa subordinación. Su redacción de la Constitución Nacional en parte es copia de la norteamericana, sabiendo que su letra no se correspondía con la realidad que entonces se vivía. Él pretendió concientizar.
En el centro del mundo surgía el imperialismo en los últimos años del siglo XIX: la evolución del capitalismo más adelantado avanzó hacia el imperialismo económico que se metió en las naciones demoradas en su crecimiento para dominar sus centros clave de producción y, en especial, sus finanzas. Esta realidad fue estudiada a fondo por los marxistas.
El positivismo folclórico admitió esa ingerencia que predominó hasta el derrumbe del modelo primario exportador en 1930, aunque en parte sobrevivió.
Desde entonces se enfrentan dos concepciones políticas en la Argentina: una, la tradicional, de aprovechar las ventas comparativas –el agro- y enfatizar en ellas; la otra, promotora de la industrialización que se conecta con ampliar la democracia en tanto la primera se muestra restrictiva al respecto por inherencia al modelo económico que propone.
Pero esos modelos son complementarios –según las políticas-. El agregado de valor a los bienes primarios, con usos de modernas tecnologías, como es el caso de la agricultura y la inserción de la industria en los últimos adelantos científicos y tecnológicos, de los cuales hay evidencias en el país.
La síntesis es la industrialización sustentada en la democracia social.
Es el tema esencial.
Nuestro país tiene gran parte de lo que necesita en materia de recursos, incluso culturales. Pero falta coincidencia en el modelo político.
Sobrevive una memoria histórica aggiornada por la conjunción de dos poderes: uno agrario y el otro financiero, que se han conjugado en un negocio con buena demanda externa, que es la soja, cuyas inversiones necesarias son escasas respecto de los beneficios.
El de menor poder relativo, desde lo político, son grupos industriales pese a la mayor ocupación de mano de obra y participación en formar el PIB.
La clave es fusionar a esos poderes económicos, como hicieron los norteamericanos y avanzar hacia la innovaciones. La Argentina está en condiciones de ese avance, superando los obstáculos políticos: debe comenzar por el procesamiento intensivo de los recursos naturales. Es meter de lleno a la industria y tecnología en la pampa e incluso expandir a ésta a otros territorios.
La política que se gestiona, si se supera a sí misma, posibilitará construir ventajas competitivas dinámicas sobre las comparativas.
La política debiera dar los primeros pasos, comenzando por superar su mediocridad, sus discusiones inútiles que rozan lo conventillesco.
Agosto 2013-
Canono Elorza
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